Todo comenzó con el sonido de un acordeón. Eran las 9:20, y aún había decenas de asientos desocupados y la luz estaba encendida.
Apurados por la aparición de un guitarrista con sombrero vaquero y gafas oscuras, los que todavía no tenían asiento, corrieron a ocuparlo.
Entonces, el guitarrista comenzó a entonar una canción sin sentido. “¿Es ese Joaquín?”, se le escuchó preguntar a varios.
No, no era Joaquín. Era Pancho Varona. “El timonel de mi nave”, explicaría después el mismo Sabina.
Las luces se apagaron, lentamente, y así comenzó el inicio del fin de la gira “Vinagre y rosas” en Mérida.
Eran las 9:25 cuando el cantante y poeta de Jaén apareció y fue recibido con una calurosa, larga ovación. Vestía un saco con camuflaje militar, una playera con un signo de interrogación y jeans. También un sombrero negro. “Los portamos para que, en ocasiones como estas, nos lo quitemos”, dijo, después de un prolongado aplauso.
La primera canción del concierto fue “Tiramisú de limón”, a la que siguió “Viudita de Cliqout”, ambas de su último disco, que da nombre a la gira.
Después hizo una breve pausa, tomó agua en una copa de champán y cantó “Ganas de”. La gente que, en las dos primeras melodías estuvieron sentadas, se puso de pie, coreando hasta la ronquera “Y yo me muero de, ganas de decirte que, me muero de, ganas de decirte que te quiero”.
El público se moría de ganas de decirlo.
Las siguientes canciones fueron “Medias negras” y “Aves de paso”. Le siguió “Peor para el sol”. Al terminar, hizo un alto. Y la música dio paso a la poesía. Habló de José Alfredo Jiménez, del maestro Manzanero y de Chavela Vargas. “Alguien a quien estimo mucho, ya que ambos hemos sido borrachos, mujeriegos y estamos acabados.
Yo con 61 años, ella con 91”. Lo anterior fue el prefacio de “Boulevard de los sueños rotos”, dedicado, obviamente, a esa “dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena...”.
Siguió con “Llueve sobre mojado”, “Como un dolor de muelas”, “Y sin embargo”, “Praga”, “Una canción para la Magdalena”, “Peces de ciudad”, “Nos sobran los motivos”, “Embustera”, “Calle Melancolía” , “19 días y 500 noches” y “Princesa”.
Así, sin parar siquiera para tomarse un respiro. A sus 61 y tan campante, tan entero.
A las 11:10, después de esa frenética actuación, Joaquín y su equipo se despidieron, pero Mérida no los dejó partir.
Apurados por la aparición de un guitarrista con sombrero vaquero y gafas oscuras, los que todavía no tenían asiento, corrieron a ocuparlo.
Entonces, el guitarrista comenzó a entonar una canción sin sentido. “¿Es ese Joaquín?”, se le escuchó preguntar a varios.
No, no era Joaquín. Era Pancho Varona. “El timonel de mi nave”, explicaría después el mismo Sabina.
Las luces se apagaron, lentamente, y así comenzó el inicio del fin de la gira “Vinagre y rosas” en Mérida.
Eran las 9:25 cuando el cantante y poeta de Jaén apareció y fue recibido con una calurosa, larga ovación. Vestía un saco con camuflaje militar, una playera con un signo de interrogación y jeans. También un sombrero negro. “Los portamos para que, en ocasiones como estas, nos lo quitemos”, dijo, después de un prolongado aplauso.
La primera canción del concierto fue “Tiramisú de limón”, a la que siguió “Viudita de Cliqout”, ambas de su último disco, que da nombre a la gira.
Después hizo una breve pausa, tomó agua en una copa de champán y cantó “Ganas de”. La gente que, en las dos primeras melodías estuvieron sentadas, se puso de pie, coreando hasta la ronquera “Y yo me muero de, ganas de decirte que, me muero de, ganas de decirte que te quiero”.
El público se moría de ganas de decirlo.
Las siguientes canciones fueron “Medias negras” y “Aves de paso”. Le siguió “Peor para el sol”. Al terminar, hizo un alto. Y la música dio paso a la poesía. Habló de José Alfredo Jiménez, del maestro Manzanero y de Chavela Vargas. “Alguien a quien estimo mucho, ya que ambos hemos sido borrachos, mujeriegos y estamos acabados.
Yo con 61 años, ella con 91”. Lo anterior fue el prefacio de “Boulevard de los sueños rotos”, dedicado, obviamente, a esa “dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena...”.
Siguió con “Llueve sobre mojado”, “Como un dolor de muelas”, “Y sin embargo”, “Praga”, “Una canción para la Magdalena”, “Peces de ciudad”, “Nos sobran los motivos”, “Embustera”, “Calle Melancolía” , “19 días y 500 noches” y “Princesa”.
Así, sin parar siquiera para tomarse un respiro. A sus 61 y tan campante, tan entero.
A las 11:10, después de esa frenética actuación, Joaquín y su equipo se despidieron, pero Mérida no los dejó partir.