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Sabina: los secretos de alcoba de VINAGRE & ROSAS

La escena tiene lugar en un lujoso hotel de Praga, a principios de este año y a altas horas de la madrugada. Los protagonistas son dos: el escritor y poeta Benjamín Prado y el cantante y también poeta Joaquín Sabina. El primero acaba de conciliar el sueño. El segundo grita en el pasillo: "¡Benja! ¡Benja! ¡Benjaaaaaaaa!". Cuando Benja logra despegarse de las sábanas y abrir la puerta, "ya había varios clientes con la cabeza fuera de sus cuartos y sangre en la mirada, llamándonos hijos de puta en cuatro idiomas", relata Prado en Romper una canción (Aguilar, 2009), el libro en el que narra la gestación de Vinagre y rosas, el disco que Sabina publica la próxima semana.

Nuestros protagonistas se habían dado las buenas noches sólo unos minutos antes, pero a Joaquín se le había ocurrido una nueva idea para la canción que habían estado escribiendo esa tarde y regresó en busca del somnoliento Benja. El único problema es que no recordaba el número de su habitación. "Nos alegró mucho que cinco minutos más tarde nos telefonearan de recepción, porque mientras pedíamos disculpas aprovechamos para pedir también que nos subieran un par de copas", recuerda Prado.

Este es sólo uno de los episodios de la aventura quijotesca y descerebrada en la que se embarcaron hace un año un cantante de éxito con la inspiración seca y un reconocido escritor al que su novia le acababa de romper el corazón. Así recordaba ayer Prado el inicio de la peripecia: "Fue en una reunión de amigos en un bar del centro de Madrid. A las tres de la madrugada, Joaquín me dijo: Benja, yo vivo en una felicidad doméstica de la que es imposible sacar un verso, como tú ahora te has separado de tu novia". Y le propuso aprovecharse de sus desgracias e irse de viaje juntos para escribir canciones contra su ex novia: "La Habana, Lisboa, Nueva York, Praga... ¿Qué me dices?". Y Benjamín dijo Praga.
Arrebato noctámbulo

En aquel momento, ninguno de los amigos que les rodeaban se tomó en serio la propuesta, identificándola con un arrebato fruto de la exaltación en una madrugada de juerga, cuando las luces de neón y los cubatas le nublan a uno la vista primero y la razón después. Ni siquiera Benjamín, recién convertido en un moderno Sancho Panza a la caza de canciones, las tenía todas consigo. "¿Podía salir algo de ese proyecto, teniendo en cuenta que en aquellos precisos instantes él, según decía, estaba desganado y con la inspiración a medio gas y yo de lo único que realmente tenía ganas era de tirarme a una piscina llena de vodka y bebérmela?", se pregunta Prado en su libro.
Sin embargo, tras un par de modificaciones en el programa de viaje, 15 días más tarde un legendario cantante y un galardonado escritor, ambos españoles y poetas, se registraron en el Kempinski Hybernská, uno de los hoteles más lujosos de la capital de la República Checa. "Dudábamos de que consiguiéramos algo, pero tres días más tarde nos sentíamos capaces de escribir cualquier canción que se nos ocurriera", confesó ayer a Público Benjamín Prado.
Escribir y pelear

Por delante tenían ocho días y una sola ocupación: escribir canciones. Lo primero que hicieron al llegar al hotel fue preguntar dónde estaba el bar y quedar en él cinco minutos más tarde. Ese fue el principal escenario del combate. "Ni uno ni el otro nos pasábamos una, pero siempre desde el respeto. Lo fácil es acabar chocando, odiándote o imponiendo las cosas. Por eso me gusta la portada del libro, porque parece el cartel de un combate de boxeo. Es un combate del que hemos salido ganadores los dos. Y ninguno de los dos tenemos remota idea de quién ha escrito cada cosa", confiesa el escritor.

Es indudable que la situación era, cuando menos, sospechosa: dos extranjeros, ya entrados en años, bajaban cada noche al bar (bautizado por Sabina como el Hoppers Bar, porque la atmósfera melancólica recordaba a los cuadros de Edward Hopper), pedían dos copas y se sentaban en una mesa llena de papelajos. A continuación, discutían agitadamente; o uno comenzaba a caminar en círculos mientras el otro lanzaba los manuscritos con rabia sobre la mesa; o se gritaban mutuamente, como poseídos, y acto seguido, de repente, se abrazaban y bailaban con alegría como si celebraran el gol de su equipo. "Los camareros pensaban que éramos una pareja gay, pero es que para escribir una canción es necesario pelearse mucho, cada verso, cada palabra. Ese fue uno de los motivos por los que Joaquín me pidió que escribiera este libro, para que la gente supiera el trabajo que lleva hacer una canción", indica Prado.
3.000 para ti, 3.000 para mí

Romper una canción es un libro con muchos libros dentro:una crónica de viajes, un manual de escribir canciones, un relato sobre la amistad, un diario íntimo... Según el escritor, "en Praga nos recorrimos todos los tugurios de la ciudad e hicimos todos los disparates que pueden hacer dos tipos". Sabina solía levantarse tarde, sobre las doce, y mientras el resto de seres humanos almorzaba, él desayunaba ostras, caviar y escargots. La buena vida hasta las últimas consecuencias. El primer día, cuando se preparaban para dar un paseo por Praga, el cantante llamó a Benjamín Prado a su habitación e insistió en repartir lo que él llamaba pocket money (dinero suelto). "Benja, vamos a quedarnos con la mitad cada uno: 3.000 para ti y 3.000 para mí", le soltó. Sí, hablaba de euros.
Y aunque la crónica íntima de este duelo de creadores deja curiosidades que fascinarán a los fans del cantante (su lectura voraz de todo periódico que pille a su alcance, el mal humor por las mañanas, su sentido del humor, su afición a las antigüedades, sus días de resaca...), más suculento todavía es el relato pormenorizado de la composición de las canciones. Joaquín dice: "Hay que escribir una canción, una que hable de Praga. ¡Me la está pidiendo el cuerpo a gritos!". Y Benjamín responde: "¿Y cuál va a ser la historia? Supongamos que es la de un tipo que ha venido a Praga para olvidar a una mujer... A olvidarla una vez en cada esquina". Y Joaquín: "¡Ah, Benja! ¡Cómo me gusta eso! A olvidarla otra vez en cada esquina. Mejor otra vez. Vine a Praga a escribir una canción, a olvidarte otra vez en cada esquina". Y Benja: "No, a escribir, no: vine a Praga a romper una canción". Y así continúan jugando, hasta que Joaquín, bajo la divertida mirada de los camareros del Hoppers, estalla: "Está bien, pero lo podemos hacer todavía mejor. Tomemos otra copa y a ver si nos sale otro verso".

En el ring de la composición, es difícil tumbar a Sabina. Como mínimo, según lo que cuenta Prado en su libro, se le puede ganar por puntos. "Es muy emocionante ver cómo una persona como él, que ha hecho algunas de las mejores canciones en nuestro idioma, no tenga la más mínima tentación de vivir de las rentas y pelee cada letra de este disco como, sinceramente, no se las veo pelear a otra gente más joven", cuenta el escritor y define la clave para escribir una buena canción: "Tomársela muy en serio, pensar que no puede haber ninguna palabra gratuita".
Corralitos y verbos indios

Su método para afrontar los desencuentros cuando estaban componiendo es uno de los momentos más descacharrantes del libro. Prado utilizaba los corralitos, que no eran otra cosa que un círculo con una gallina dentro donde escribía las palabras que se le ocurrían a Joaquín y que a él no le gustaban. Sabina, por su parte, usaba los verbos indios. Cuando le desagradaba una idea de Prado, respondía rotundo: "No comprar". En cambio, daba saltos de alegría gritando "Comprar, comprar" si ocurría lo contrario. Imagínense la cara de los camareros del bar, al verles gritando cosas como: "No comprar". "Pero, ¿por qué? ¡Cómpramelo!". "No comprar. Y además, si mañana te veo por la calle, no te saludo". "¿Qué haces? ¡No, no, al corralito no!".

Juntos escribieron once de las 14 canciones que componen Vinagre y rosas, que se editará el próximo martes. Tras la aventura de Praga, continuaron el tira y afloja en Madrid y Rota. Pero las canciones, "que hay que acabarlas cinco, seis y hasta siete veces", siguieron abiertas hasta el mismo estudio de grabación. "Quedábamos a comer y a las cuatro íbamos al estudio. Eran comidas tensas, donde arreglábamos las canciones. Incluso en el mismo estudio me he sorprendido de las cosas que se nos ocurrían, cosas alucinantes, en el último momento", recuerda Prado. En total, han sido siete meses viviendo en el interior de una docena de canciones. "Hemos vivido en una burbuja. No queríamos salir".

Fuente: PUBLICO.ES