domingo

Sabina en Vistalegre

Joaquín Sabina convirtió el escenario en una azotea para pasear por 30 años de canciones. Cantó temas de "Vinagre y rosas", el último disco, y desgranó su repertorio más clásico.

Para Sabina los teatros son el escenario soñado.
Pero viendo lo visto anoche en Vistalegre -aforo hasta la bandera, entradas al triple en la reventa internauta y hasta quien hubiera vendido a su padre por una localidad- parece que los deseos de Sabina de abandonar para siempre los grandes aforos tienen poco que ver con la realidad de sus conciertos.

En Córdoba había tantas ganas de sentir un soplo de sus versos como de arrasarlos a voz en grito. Se palpaba en un ambiente cargado de sabineros incluso antes de que sonara la música de Lili Marlén para dar la bienvenida. El respetable fue de nuevo transversal, el más heterogéneo del espectro. Una peculiaridad que hace que en la platea de un concierto de Sabina exista un universo paralelo a lo que ocurre en el escenario, donde los amigos se encuentran a sus enemigos, los católicos culpables a sus confesores, las alumnas pueden descubrir que tienen sentado al lado a su profesor, los casados se topan con sus amantes y hasta los políticos con sus votantes. Todos coexistieron más de dos horas bajo el mismo techo, seducidos por la misma melodía.

Esta vez la escenografía situó al poeta cantor en una azotea, pongamos que de Madrid, con una antena de televisión, dos chimeneas curvadas y un fondo de paisaje urbano a lo late show. Tiramisú de limón, la que más suena de las nuevas, fue la primera de un paseo por 30 años de canciones.

Hubo muchas de las de Vinagre y rosas, el último disco, pero más de las de siempre: una hermosa Calle melancolía, con unos acertados arreglos de guitarra a cargo de Antonio García de Diego y muchas tranquilas; Aves de paso, o Que se llama soledad; también sonó aquella con su enemigo íntimo Fito Páez, Llueve sobre mojado, esta vez con la voz del guitarrista Jaime Asúa a dúo. La descarga eléctrica vino con Princesa, el delirio con 19 días y 500 noches y lo mariachi con la fusión de Noche de bodas -
Y nos dieron las diez.

Anoche volvimos a constatar lo difícil que es salir decepcionado de un concierto de Sabina. El músico es más que generoso con el público, si su voz está más cascada, aun mejor, y sabe rodearse de músicos matrícula de honor. A los ya citados hay que añadir a su inseparable Pancho Varona, además de a la nueva. La voz femenina de esta gira de Sabina se llama Mara Barros y se mereció todos los aplausos por su introducción coplera a Y sin embargo. También supimos que Sabina está en forma para seguir ofreciendo grandes cosas a sus cincuenta y diez abriles. Y que los bombines, que se vendían a 15 euros, por cierto, tienen el don de universalizar los versos. Al menos en esta ciudad. Y si no, que se lo pregunten al icono de Cosmopoética. Así que mejor ponérselos por montera y no dejarlos en el armario.




Poema a Córdoba

Uno inventa siempre la misma canción,
del poeta borracho y su musa,
del teclado mellado del acordeón,
del pecado mortal sin excusa.

Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina,
cerca de la estación donde duerme un vagón,
cuando el tiempo amenaza rutina.

Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a la luna,
con la misma trompeta y el mismo trombón
de mariachi que estuvo en la tuna.

Uno acaba nunca la misma canción
tan Mezquita, tan judeo-cristiana
cuando llega la hora de alzarse el telón
se despierta en Córdoba la llana.