
Los corazones sanos no alimentan a las canciones. Eso lo tenía claro hace dos años Joaquín Sabina cuando, en una trasnoche de copas y propuestas airadas, le dijo a su amigo de siempre, Bejamín Prado: “Nos vamos a Praga a curarte tu mal de amores y a escribir las mejores canciones que se hayan escrito jamás”.
Vaya propuesta: Prado, poeta y novelista (autor de Nunca le des la mano a un pistolero zurdo y Mala gente que camina) venía de terminar una relación amorosa y esa ruptura lo tenía por el piso. Así que confiando en el poder cicatrizante de la amistad y la escritura a cuatro manos, Sabina se lo quiso llevar a la capital checa sabiendo, además, lo que decíamos al principio: que las mejores canciones, sobre todo de amor, nacen de la desesperación.
Esa experiencia praguense, documentada por el propio Prado en el bello libro Romper una canción, ha sido, si se quiere al fin, el puente más corto entre Mendoza y Praga. Y es que gracias a Vinagre y rosas (el disco que cristalizó canción a canción esa cura creativa) es que Sabina llega hoy al Malvinas Argentinas a continuar el romance iniciado hace 10 años en el extinto teatro Gran Rex y continuado en 2007 con la gira que lo trajo al estadio junto con su “primo hermano”, el Nano, Joan Manuel Serrat.
En una entrevista exclusiva que Joaquín ofreció al programa Hora libre (radio Nihuil) y al suplemento Escenario, el músico se mostró dispuesto a contestar todo lo que se le preguntara, aceptó elogios y regalos, y mostró su lucidez siempre tachonada por el humor y la poesía.
En la charla participaron quien esto escribe y Javier Dellamaggiore, además de Amalia Díaz Guiñazú.
De Praga a Mendoza
–A poco de llegar a Mendoza, ¿cómo te está yendo en esta visita sudamericana?
–Excepcionalmente bien y la visita ha sido muy conmovedora para mí, porque yo la había planeado como una despedida de los grandes escenarios, y nos está yendo tan bien en esta gira, la más larga que hemos hecho en la Argentina, que sólo queremos que siga y que siga y que siga, y que no pare nunca.
–De lugares chiquitos, ni hablar. Pero, ¿se puede generar lo mismo en un show, íntimo pero con mucha gente?
–Bueno, eso es lo que estamos tratando de conseguir. Fue fantástico lo que pasó en la cancha de Boca, con 40 mil personas, que a ratos, en las baladas, hacían parecer que estábamos en un teatro, con la gente al lado. Eso es lo que queremos.
–Contanos sobre Vinagre y rosas, que es la excusa de este concierto: un disco que nació en Praga y merced al desamor de Benjamín Prado, tu compañero de aventuras en las letras de las canciones...
–Sí. Como dicen en mi pueblo, se juntaron el hambre y las ganas de comer. Yo estaba con una cierta placidez doméstica, que es un territorio donde no se me suelen ocurrir canciones. Para mí las canciones nacen de la desesperación. Y encontré a un amigo desesperado, Benjamín Prado, que acababa de romper una relación amorosa. Y una noche con muchas copas, sin creerlo ni él ni yo, nos dijimos: “Vamos a irnos a Praga a escribir canciones”. Y al día siguiente estábamos allí, donde escribimos este disco.
Bálsamo en forma de canción
–Un disco en el que precisamente se destaca la sedosidad de esas letras. Ahora bien, si Joaquín Sabina busca auxilio para escribir letras, ¿qué queda para los demás? ¿Fue un poco como “vampirizar” el estado emocional de Prado para exprimir las canciones?
–Sí, pero es que a mí me gusta mucho la amistad, y me gusta perderme en ciudades extrañas y recoletas, y hermosas como Praga. Y la verdad que cuando me fui con Benjamín yo pensaba curarlo a él de sus males de amores, y escribir canciones era sólo una excusa. Claro que después salieron canciones que nos gustaron mucho a los dos. Pero la verdad fuimos a curarnos de cosas distintas y a disfrutar de la amistad.
–Una amistad que se ve bien reflejada en Romper una canción, el libro que escribió Benjamín Prado y cuenta la “cocina” del disco. ¿Cuáles de esas canciones son las que te terminaron quedando más cerca del corazón?
–Justamente las que cantaremos en Mendoza. Cantaremos seguramente Cristales de Bohemia, que es una canción de amor a Praga, cantaremos Vinagre y rosas, Tiramisú de limón, Embustera, y alguna más. Yo no edito canciones que no sienta, que no tenga cerca del corazón. Por eso tardo tanto en editar discos nuevos: porque tiro muchas cosas a la basura.
–Será porque sos sobre todo un poeta. Tanto que uno se pregunta si escribís para cantar o cantás para escribir...
–Bueno, pero cuando escribo cosas que no son para cantar, publico libros. Tengo un libro de cien sonetos (Ciento volando de catorce) y todo lo que publico en el poema semanal de la revista española Interviú. Cuando es una canción, a pesar de que yo quiero que tenga unas gotas de poesía, tiene que ser algo compartible con la gente desde el escenario. Y es un código distinto de cuando escribo para un libro.
–En un momento hablaste de “responsabilidad” para con quienes te escuchan. Hay una relación que establece tu público con esas canciones y pareciera que no se les puede dar cualquier cosa...
–Yo siempre me he sentido muy atormentado cuando salgo al escenario, porque creo que el público espera de mí más cosas de los que yo le puedo dar, y eso me obliga a una dosis de emoción. Y si no la he corregido todo lo que yo creo que necesita, no la edito.
–Hablabas de canciones y de emociones, y en tu disco hay una canción dedicada a ese gran poeta español que fue Ángel González, Menos dos alas. ¿Me podés contar algo de ella?
–No sé si es un poeta muy conocido en la Argentina, creo que yo, pero es un enorme poeta de primera división y ha sido amigo mío durante los últimos 10 años. Pero un amigo entrañable, amigo de borracheras, de noches de parranda, de cantar con dos guitarras. Y ha sido más que un padre, más que un hermano, más que una novia para mí. Lo echo todos los días de menos. Y con Benjamín Prado pensamos que él no merecía otra cosa que una canción de amor.
–Sabemos que estudiaste filología románica, ¿esto te sirvió para tu capacidad como poeta?
–No creas, porque yo estudié en la facultad en los años ’68 y ’69, y estábamos en medio de una revolución. Nosotros estudiábamos en los bares, leíamos lo contrario a lo que nos decían y desaprendíamos allí todo lo que nos enseñaban en las aulas...
–Tu show está centrado en el disco nuevo, pero te van a pedir otras canciones. ¿Hay un repaso por tu discografía?
–Hay un repaso. Yo sé que la gente quiere cosas y no soy de esos artistas que se lo niegan. Yo les doy lo que yo quiero darles, que son las canciones nuevas. Pero de las antiguas, las que podríamos llamar “clásicas”, les doy también las que yo quiero dar. Pero no me niego a algo que me pidan...
–¿Cómo es la estructura del show?
–Son básicamente dos horas y media y las protagonistas absolutas son las canciones. Esta vez no hemos buscado grandes pantallas ni escenografías. Yo tenía miedo al venir a la Argentina así, porque otras veces hemos traído proyecciones y cosas así. No sabía si iban a aceptar ese show. Para mi enorme agradecimiento, el público ha estado más contento de que el centro sean las canciones y no la escenografía.
–¿Cómo va tu relación con los vicios? El vino, los puchos, con las chicas... con la monogamia...
–Vamos a ver: yo creo en la monogamia, pero tampoco soy fundamentalista (risas). No soy radical. Yo creo en la monogamia porque no tengo otro remedio que creer, sobre todo ahora que anda mi chica acá cerca (risas). Ahora mismo, sin ella no podría hacer giras porque yo soy muy desatado, y después de los conciertos estaría en cualquier boliche de Buenos Aires o de Mendoza hasta cualquier hora hasta la tarde siguiente y después no podría cantar. Se trata entonces de hacer de la necesidad, virtud...