Joaquín se despidió ayer a medias de Valladolid. Lo hizo del recinto ferial, de la plaza de toros, en menor medida del estadio, pero no del teatro Calderón ni de cualquier bar que le proponga un grupo reducido ni un concierto sosegado a partir de mañana. El que dice adiós es el cantautor de masas. El de los excesos.
El Sabina futuro es una moneda al aire. El Sabina pasado, una delicia. El presente, un traidor que ayer volvió a encandilar a todas esas generaciones que han compartido más de una fiesta, y de dos, con sus versos perfectamente hilados. Su último adiós fue menos canalla que el penúltimo -una décima parte de lo que fue aquel delicioso mano a mano con Los Rodríguez en Medina del Campo en el 96-, pero infinitamente más sentido, emotivo e intenso, con un público entregado desde los primeros acordes de "Tiramisú de limón". Ni los treintañeros dejaron de saltar, ni los cuarentones de cantar, ni siquiera los cincuentones de tararear cada una de las letras de "Vinagre y Rosas".
No faltaron los guiños a Benjamín Prado, en temas como "Virgen de la amargura" o "Cristales de Bohemia"; a Pancho Varona con "Conductores suicidas" o al pasado con "El bulevar de los sueños rotos", acompañado por Mara Barros.
Material más que suficiente para que Fernando León de Aranoa grabe el documental que prepara sobre el genio de Úbeda, pero insuficiente para un auditorio que pidió y pide más. El dardo certero de Sabina siempre sabe a poco, aunque seamos nosotros los retratados. El jienense descontó ayer una plaza. A partir de hoy ya es un poco menos músico... pero un poco más poeta. Un poeta retirado a sus aposentos. A Calle Melancolía.
El Sabina futuro es una moneda al aire. El Sabina pasado, una delicia. El presente, un traidor que ayer volvió a encandilar a todas esas generaciones que han compartido más de una fiesta, y de dos, con sus versos perfectamente hilados. Su último adiós fue menos canalla que el penúltimo -una décima parte de lo que fue aquel delicioso mano a mano con Los Rodríguez en Medina del Campo en el 96-, pero infinitamente más sentido, emotivo e intenso, con un público entregado desde los primeros acordes de "Tiramisú de limón". Ni los treintañeros dejaron de saltar, ni los cuarentones de cantar, ni siquiera los cincuentones de tararear cada una de las letras de "Vinagre y Rosas".
No faltaron los guiños a Benjamín Prado, en temas como "Virgen de la amargura" o "Cristales de Bohemia"; a Pancho Varona con "Conductores suicidas" o al pasado con "El bulevar de los sueños rotos", acompañado por Mara Barros.
Material más que suficiente para que Fernando León de Aranoa grabe el documental que prepara sobre el genio de Úbeda, pero insuficiente para un auditorio que pidió y pide más. El dardo certero de Sabina siempre sabe a poco, aunque seamos nosotros los retratados. El jienense descontó ayer una plaza. A partir de hoy ya es un poco menos músico... pero un poco más poeta. Un poeta retirado a sus aposentos. A Calle Melancolía.