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Joaquín Sabina en Huesca

Unos 5.000 espectadores de todo tipo, edad y condición recibió al cantante de Úbeda que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los grandes mitos indiscutibles de la historia de la música española. Un personaje que convoca adhesiones multitudinarias, sin tener en cuenta credos o ideologías. Al fin y al cabo, Joaquín Sabina representa un arquetipo español con el que resulta fácil identificarse: ese pícaro algo canalla que a todos nos gustaría ser, al menos de vez en cuando. Y por eso es el artista que más discos vende en este país, y por eso llena todos los recintos en los que actúa.

Desde hace ya muchos años, posee la fórmula infalible del éxito. Capaz de pasar de la poesía más inspirada al ripio, y de la más bella melodía al autoplagio, Sabina parece estar más allá del bien y del mal. Y eso es algo que volvió a quedar muy claro el sábado en la Plaza de Toros de Huesca, con un público adepto y volcado desde el inicio de su actuación.

Tras sonar las notas de la mítica "Lili Marlene", Sabina salió al gran escenario de estética tubular que ocupaba gran parte del coso taurino, con su conocida imagen de Charlot contemporáneo, bombín incluido (complemento que también llevaban muchos y muchas de sus fans), y arropado por un grupo de músicos excelentes: Pancho Varona al bajo, Antonio García de Diego a la guitarra y teclados, el zaragozano Josemi Sagaste en los vientos, Pedro Barceló a la batería, la onubense Marita Barros en las voces y bailes y Jaime Asúa (ex componente de grupos míticos como Alarma y Cucharada) en la guitarra.

Una banda de lujo que respaldó al maestro con una seguridad infalible a lo largo de toda la noche. La actuación arrancó con "Tiramisú de limón", al que siguió otro tema de este álbum, "Viudita de Clicquot". Y tras interpretar ese "Ganas de..." con el típico ritmillo a lo Dire Straits, Sabina, genio y figura, lanzó la primera andanada de la noche: "me moría de ganas de volver a tocar en Huesca, además en un sitio ideal como éste: una placita de toros recoleta para poder hacer el paseíllo en unos tiempos tan antitaurinos como éstos". Toda una puya de este gran admirador de José Tomás. "Medias negras" sonó envuelta en el embriagador perfume del mejor son cubano, y en "Aves de paso" destapó su gusto por el laidback rock más relajante. Y tras interpretar "Peor para el sol", llegó el primer gran momento de la noche con ese magnífico homenaje a Chavela Vargas que es "Por el bulevar de los sueños rotos", que dedicó a los 91 años de la gran cantante de la voz rasgada y en el que las luces reprodujeron los colores blanco, verde y rojo de la bandera mexicana.

Con la interpretación del delicioso "Llueve sobre mojado" (en el que Jaime Asúa hizo las veces de Fito Páez en el tema original) llegó el momento de presentar a los músicos de la banda. Y tras el vibrante rock & roll de "Pacto entre caballeros", llegó la calma con la parte más relajada de toda la actuación. Después de que Pancho Varona se ganara a la afición al decir que "gracias a Petón me hice del Huesca", sonó el aire cool de "Conductores suicidas", muy a lo J.J. Cale. Seguidamente, Marita Barros tuvo su momento de gloria al interpretar en solitario, con su poderosa voz, un insulso tema más digno de Tamara (la buena) o de OT que de un recital de Sabina, pero también una espectacular versión del "Y sin embargo te quiero" de Quintero, León y Quiroga, que arrancó los entusiastas aplausos del público y que sirvió para engarzar perfectamente con el tema "Y sin embargo", una crónica del desamor más amargo que propició el primer momento karaoke de la noche. Y tras la tristona y melancólica balada "Peces de ciudad", Joaquín Sabina se sinceró y, como si estuviera en el Club de la Comedia, ofreció un monólogo en el que reconoció haber pasado un periodo de cuatro años de absoluta falta de inspiración, en el que, en sus propias palabras, "las musas no me hacían caso y siempre me las encontraba follando con Serrat, o incluso con Labordeta. Un día las pillé con Fito y los Fitipaldis". Fue un momento hilarante, en el que aprovechó para hablar de la inestimable ayuda que el poeta Benjamín Prado le ha brindado en su último disco, y, de paso, para presentar un tema surgido de esa colaboración que se gestó en la bella ciudad de Praga: "Cristales de Bohemia", poco más que una postal turística, a la que siguió la escenificada y sentida interpretación de la balada "Una canción para la Magdalena".

Allí terminó el apartado más tranquilo de su actuación, para inmediatamente enfilar la recta final con el rock & roll del tema "Embustera" y con algunos de sus grandes éxitos: "¿Quién me ha robado el mes de abril ", "19 días y 500 noches" con sus aires rumberos, y una potente revisión rockera de "Princesa", que parecía casi un tema de los Rolling Stones y que sirvió para cerrar su actuación. Pero el público no estaba dispuesto a dejarle marchar así como así, y reclamó con insistencia el retorno al escenario del popular cantautor, que ofreció no uno, sino dos bises. En el primero, tras dejar que Antonio García de Diego interpretara "Amor se llama el juego", se pudo ver al mejor Sabina: el de esas maravillosas rancheras como "Noches de boda" o, sobre todo, "Y nos dieron las diez", que encendió la catarsis entre el público. Disquisiciones aparte, el segundo bis acabó por elevar al público al sentimiento de euforia más absoluto, y tras el hard blues de "El caso de la rubia platino", la actuación llegó a su fin con la interpretación de "Contigo" (en el que incluyó morcillas como "yo no quiero oscenses de ojos tristes" o "yo no quiero Mundiales sin ti"), "La del pirata cojo" y "Pastillas para no soñar". Y Joaquín Sabina se despidió definitivamente del efusivo público mientras sonaba a toda pastilla por los altavoces un más que apropiado "Crisis", dejando atrás el mágico sueño de una noche de verano.