sábado

Joaquín Sabina en Ávila

El poeta, el cantante, el autor, el genio de Úbeda, se dejó el alma en el escenario y con su voz rota, marca de la casa, y unas letras que forman parte ya de la vida de unas cuantas generaciones construyó un espectáculo digno de las grandes noches. Una chaqueta de frac negra y su inseparable bombín aliñaron un menú en el que hubo vinagre, rosas y mucho más. 30 años al pie del cañón y 20 discos dan para mucho, así que fue generoso y apenas tardó dos temas en ofrecer, bien administrados, esos éxitos que los más de 3.500 asistentes recibieron con las gargantas a punto (y algunos bombines).

Los primeros acordes fueron para Lili Marlén. Con ellos salió su tripulación y después el capitán, que se arrancó con Tiramisú de limón. El primer regalo fue Ganas de, para calentar, y después para ofrecer su primer saludo a "esta Castilla tan vieja y esta plaza tan nueva", agradecer el "vientecito" y continuar con Medias negras. La noche prometía, y así fue viajando por sus discos y sus temas, cantando al amor y al desamor, al destino, al olvido, a las historias que solo pasan en los bares... Aves de paso, Peor para el sol (donde se quitó la chaqueta) y el primer guiño abulense con La Santa para introducir a "Santa Chavela" y El Bulevar de los sueños rotos. La noche se animaba.

Con el Llueve sobre mojado introdujo a todo su equipo pero llegó el parón, con dos canciones a cargo de Pancho Varona y de su joven corista Mara, un cambio de ritmo que le costó levantar pero que consiguió con oficio y guiños al público (se quitó el bombín) y tirando de temazos como Y sin embargo (impresionante), La Magdalena (todo un numerito) y 19 días y 500 noches. La apoteosis llegó con Princesa, para una traca final que cerró, cómo no, con sus pastillas para no soñar.