lunes

Joaquín Sabina

Joaquín Sabina regresa mañana a A Coruña, donde siempre ha vivido «experiencias fantásticas», aunque dice que las mejores no las puede contar.
Para la puntualidad casi británica, acaso forjada en aquel exilio londinense de los setenta, con la que Sabina acudía a su cita con la sección de novedades desde hace tres décadas, los cuatro años transcurridos hasta el lanzamiento de su último disco, Vinagre y rosas, fueron una larga espera para tantos fieles que aguardaban ese ingenio incombustible, esas rimas redondas, esa pluma como un bisturí, cirugía a corazón abierto de pasiones y asperezas de la vida. Regresó con Vinagre y rosas, y con esas nuevas canciones salió otra vez a la carretera, a los escenarios, a los hoteles, dulces hoteles. Y ahora, sobre la marcha, confiesa, en vísperas de su concierto en A Coruña (mañana, en el Coliseum; anoche inauguraba el Lalín Arena), que es fácil volver a engancharse a todos los rituales de la música en directo. Eso sí, de los malos vicios sigue alejado como de la peste, ya que la salud le impuso casi por obligación un régimen, dice él, «de monje cartujo». Exagera, claro. Pero una exageración sabiniana es literatura.

-¿Qué sensación tiene de la respuesta del público a su último disco?

-Por lo que yo sé, primero por las ventas y luego por cuando cantamos las canciones en directo, que lo hemos hecho ya en 13 países, la reacción es mejor que cualquier cosa que yo hubiera soñado. Para mí era un disco más, y no esperaba que se fuera a convertir en un punto tan alto de mi trayectoria. Realmente, no lo esperaba. Llevamos casi 60 conciertos y seguimos cantando las canciones del disco nuevo como el primer día.

-¿Por qué no se sentía más optimista respecto a este álbum?

-Bueno, yo soy un tipo bastante inseguro cuando saco un disco. Nunca sé, nunca estoy seguro de si lo que he hecho... De lo único que estoy seguro siempre, porque si no no lo sacaría, es de que, cuando lo oiga en un taxi, no me va a dar vergüenza oírlo, porque solo escuho mi música en los taxis: en casa jamás se pone. Lo que pasa es que uno no sabe nunca cuáles son los circuitos, los mecanismos por los que llega a la gente. Ten en cuenta que mis canciones no es que ahora no suenen, es que nunca han sonado en la radio. Suenan por otros circuitos...

-Su público es fiel, pero ¿advierte que con el paso del tiempo se suman generaciones más jóvenes?

-Bueno, sabes que desde el escenario solo se ven las primeras filas, y las primeras filas siempre son de gente muy jovencita porque la gente mayor no se pone a dar empujones para llegar hasta ahí... Pero yo tengo la impresión de que todo el tiempo se incorpora gente más joven. Tampoco sé cuál es el secreto ni el misterio. Y no solo aquí; en Latinoamérica es más: más gente y más joven. No sé cómo explicarlo.

-Puede que en eso ayude la participación de músicos nuevos, por ejemplo Pereza en «Tiramisú de limón». ¿Por qué hizo esta canción con ellos?

-Hacía mucho tiempo que yo no veía un grupito de rock and roll español, callejero, de bar o de la esquina, rollingstoniano, que era lo que a mí me gustaba cuando tenía la edad que tienen ahora los de Pereza, y cuando los descubrí, me pareció que era un aire fresquísimo de la calle. Como me había salido un disco bastante tristón y en ese momento éramos bastante amigos los Pereza y yo, pues se me ocurrió hacer una letra para que ellos le pusieran música y la tocaran conmigo. Y eso en mi opinión era abrir una ventana en el disco al aire joven y fresquito de la calle.

-En Las Ventas dijo que podía tratarse de uno de sus últimos paseíllos. ¿Mensaje de despedida definitiva?

-Bueno, de despedida de la plaza de toros de Las Ventas, por ejemplo, o del circuito que estoy haciendo este año, que son estadios, lugares muy grandes con muchísimo público. Ten en cuenta que hemos tocado por ejemplo en el campo de fútbol de Boca Juniors, que eran 50.000 personas, o sitios muy grandes en México... Tampoco lo he dicho seguro, pero a lo mejor sí es una despedida de este tipo de lugares. A lo mejor en los próximos años me va a apetecer más tocar en teatros o en clubes, sitios más reducidos donde la relación con el público es más directa y más íntima.

-Algunos tendrán esperanzas de que sea algo cíclico y de que quizá después quiera volver a los grandes escenarios otra vez...

-Puede ser, pero ahora llevo demasiados años en sitios muy grandes, y me apetecen los pequeños.

-Hablando de la plaza de Las Ventas, ¿qué siente un taurino convencido ante el aumento de las críticas al mundo de los toros tras varias cogidas muy mediáticas?

-Bueno, la más mediática, que fue la de José Tomás en Aguascalientes, me pilló en la plaza. Me entraron ganas de no volver nunca más a una plaza mientras toreara José Tomás, porque es mi amigo. Es muy duro, pero esa dureza al mismo tiempo es la verdad de la fiesta; demuestra que no es un juego de niños eso de ponerse delante de un toro. Yo soy taurino; respeto muchísimo a los antitaurinos, pero exijo que nos respeten también a nosotros, porque en muchos antitaurinos hay una dosis muy alta de ignorancia.

-Viene de nuevo a Galicia: ¿cuál es la primera anécdota que le viene a la cabeza sobre sus conciertos aquí?

-Las más bonitas no te las puedo contar [risas]. Lo peor fue con el Serrat en Santiago, porque nos llovió y a mitad de concierto tuvimos que dejarlo, y eso deja un regusto muy amargo en la boca. Pero por ejemplo en A Coruña, adonde vamos ahora, siempre han sido unas experiencias fantásticas.

-De los vicios que sí se pueden contar, ¿cuáles son sus favoritos en esta tierra?

-Pues como todo el mundo: los marisquitos, el ribeiro; las chicas tan guapas y tan generosas y tan abiertas y tan simpáticas... Me gusta mucho la cultura popular gallega.

-¿Y en lo musical?

-Últimamente no sé; en la época heroica yo era, y sigo siendo, muy amigo de Bibiano, y me gusta mucho Milladoiro. También me gustaban mucho Siniestro Total. Ahora no llegan, o al menos no veo, nuevos grupos que canten en gallego...

-Por cierto, ¿está por fin desterrada la imagen del Sabina crápula?

-Bueno, llevo ya diez años que casi soy un fraile cartujo, así que si no he desterrado esa imagen en diez años, es que no hay modo. Ya no tiene sentido.

-Entonces, ¿se porta de forma ejemplar en todas las giras, hoteles y «backstages»?

-Sí, sí. Bueno, como decía Mario Benedetti, yo soy monógamo pero no fundamentalista.

-Hace tiempo que sus conciertos son baños de multitudes con incondicionales. ¿Llega a cansar tanta admiración, hincha demasiado el ego?

-Mi ego lleva muchos años muy tranquilo. Afortunadamente yo llegué a esto tarde, con los 30 cumplidos. Ahora tengo 61, y mi ego, que nunca pensó en eso y nunca lo imaginó y nunca lo deseó, está bien cubierto con aquellos primeros años. Ahora es mi ego íntimo el que necesita otras cosas.

-¿De dónde sale la motivación necesaria para salir a cantar cada noche después de tantos años y tantos conciertos?

-Al principio era muy duro, así que lo planteé como una última gira, digamos para despedirme de los grandes públicos. Lo que pasa es que después se nos ha metido el gusanillo, el veneno y la droga de los conciertos y los aviones y los hoteles, y nos ha hecho rejuvenecer: estamos otra vez en la carretera, como si fuéramos un grupo jovencito que empieza. Y la verdad es que lo estamos disfrutando mucho y encontrando un público muy, muy cómplice.

-¿Es una dinámica rutinaria?

-Pues sí, pero es como cuando estás jugando un mundial: solo piensas en el siguiente partido [risas].

-Ya que lo menciona, ¿hasta dónde cree que llegará España? [preguntado en vísperas del partido de cuartos de final].

-Bueno, yo creo que es un equipo estupendo, a veces demasiado estupendo; demasiado fino y barroco, pero están abiertas todas las opciones.

-¿Y qué hay de su lado poético? ¿Sigue con ánimo para seguir publicando?

-Escribo todos los días; a veces salen canciones, a veces salen versos, o a veces sale una colaboración en un periódico... Yo, cuando tenía 14 años lo que quería era escribir, y ahora que tengo 61 pienso lo mismo. Lo de cantar vino después, fue casi una casualidad. Pero todo empezó escribiendo.