sábado

Joaquín Sabina en Córdoba


"Buenas noches Córdoba, Cordobita, cordobesas. Antes que nada, quiero darles nuestras conmovidas gracias. Nosotros habíamos acabado una gira muy larga y muy agotadora", ¿cómo carajo se niega uno a volver a Córdoba?" –se preguntó Joaquín Sabina cuando promediaba la primerísima parte de su concierto–. "Las bandas irlandesas que vayan a La Plata, nosotros volvemos a Córdoba". Sus primeras palabras, con la referencia al concierto de U2 en la Argentina, le bastaron para su ovación de bautismo. Fue la primera de muchas, que fueron pasando entre sus clásicos inoxidables, sus últimas bellas canciones o sus salidas compradoras.

Cerca de la medianoche, en la versión de Contigo cambió Venecia por el Suquía (Yo no quiero París sin aguacero... ni Suquía sin ti), y el río se convirtió en un mar de suspiros.

Para el concierto de anoche, ante un Orfeo otra vez colmado, Sabina cargó los vagones de su penúltimo tren con las mejores joyitas de un repertorio interminable, que podría haber abrazado hasta la madrugada o incluso hasta las primeras horas del día. Siempre, con Sabina, pueden dar las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres.

"Uno ha trabajado muchos años, gastado fortunas, para tener la voz del último y maravilloso Goyeneche. No lo he conseguido, porque eso es muy difícil, pero estoy en ello", dijo primero, y le agregó otro homenaje: "Sino hay otra bien varonil, viva, con 92 años: la señora Chavela Vargas".

Con un pantalón que las más avispadas describieron como "borravino", el sombrero bombín y un saco negro, el cantante español apareció puntual sobre el escenario.

"Para que no se aburran demasiado, hemos incorporado algunas canciones que no tocamos la última vez...porque básicamente la estructura del show es la misma", dijo antes de explicar que siempre su intención es "devolver con canciones compartidas todo lo que podamos, desde aquí arriba".

La pucha si no lo hizo. Esta noche contigo fue el primero de 28 temas en los que se entregó en cuerpo, voz y alma, y le siguió Tiramisú de limón, que cierra con un veredicto nada casual: "Que sepas que el final no empieza hoy".

Virgen de la amargura, Ganas de, la exquisita Medias negras, Aves de paso y un set para la emoción –Peor para el sol, Por el bulevar de los sueños rotos y Dieguitos y mafaldas– completaron una primera parte intensa pero medida. Lo mejor todavía estaba por llegar.

Después de presentar a sus músicos e ir a boxes, mientras Pancho Varona se cargaba al hombro El rock and roll de los idiotas y "Marita" Yo quiero ser una chica Almodóvar, Sabina volvió sin cambiarse para lo mejor de su cancionero: Y sin embargo, Cerrado por derribo o La Magdalena lo mostraron en el momento más emocionante de la noche.

Antes había hablado de Talleres y de Belgrano, de las elecciones en Chubut, de su vieja pasión por escribir en los bares, pero se dedicó de lleno a cantar (o a recitar, de acuerdo a la exigencia de cada tema).

Joaquín Sabina está un paso más allá de todo. Ha pasado al universo de los intocables, con un legado que sigue y seguirá por siempre, con voz o sin voz, pero con calle, cuerpo y alma.
Allí estaba, sin la necesidad de comprar a nadie con obviedades, recibiendo una tras otra las ovaciones, los gritos, los besos, los aplausos. Era un argentino más, que volvió una noche con su frente para nada marchita. Y que siempre piensa en volver...

FUENTE: ciudad sabina