sábado

Joaquín Sabina en Almería

Sabina regresó a lo grande a Almería. Más de 4.500 personas acudieron al Palacio de los Juegos Mediterráneos a disfrutar de sus canciones, su música y sobre todo sus letras. Embutido como es habitual en su traje negro, sin bastón y con bombín comenzó con algunos temas nuevos como Tiramisú de Limón, Viudita de Clicquot y Parte meteorológico.

Aunque las canciones nuevas llegan al público, Joaquín tira del repertorio antiguo para que el publico empezara a corear sus temas. Anoche cantó Medias negras, Aves de paso, Que se llama soledad, hasta llegar a El boulevard de los sueños rotos, y en la recta final clásicos como Peces de ciudad, Nos sobran los motivos, Calle Melancolía o Princesa provocando el previsible delirio de la concurrencia.

Y es que Sabina es un artista que sabe conectar en cada momento con su público. Anoche no pudo empezar mejor la Feria de Almería.

jueves

Poema a Salamanca

Uno escribe siempre la misma canción,
sobre un niño con cara de viejo,
que se atreve a volar bajo el cielo marrón,
que agoniza detrás del espejo.

Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina,
cerca de la estación donde duerme un vagón,
cuando el tiempo amenaza rutina.

Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a la luna,
con la misma trompeta y el mismo trombón
de mariachi que estuvo en la tuna.

Uno acaba nunca la misma canción
que construye a trancas y barrancas,
luego llega la hora de alzarse el telón
y es un lujo que sea en Salamanca.

lunes

Fiestas del Pilar 2010

Todavía sin determinar la fecha, Joaquín Sabina cumplirá como otros años con su cita con la festividad zaragozana.

Cantera ha indicado que 'habrá que esperar a la primera semana de septiembre para tener cerrado el cartel de estas Fiestas que comenzarán el sábado 9 de octubre con el pregón del campeón del mundo Álvaro Arbeloa y se extenderán hasta el sábado 16 de octubre'.

sábado

Pongamos que hablo de Alicante

Lo mejor que tiene Sabina, Joaquín Sabina, es que siempre es Sabina. Y con Vinagre y rosas no iba a ser menos. Anoche tocó en la Plaza de Toros de Alicante como lo ha hecho en otras ocasiones anteriores, conservando ese halo de autenticidad que le caracteriza, intacto. A pesar del porros sí, porros no. El tabaco mata. Y la copa, políticamente incorrecta, imprescindible. A pesar, incluso, del "no mires atrás que ya no estoy", que diría Sabina, es más, que dice, en esa especie de estribillo de "Tiramisú de limón"; el primero de los éxitos del CD objeto de la gira, que el poeta urbano -suburbano, dicen sus fieles-, ha calificado de "fúnebre y crepuscular", seguramente, incapaz de omitir ese suave aroma de nostalgia del desamor que a Sabina le prohíbe su religión, abandonar.
Ha vendido 7.000 entradas. La media habitual en el cantante que, a pesar de todos los males del mundo, continúa soñando con que no le cierren el bar de la esquina. Pidiendo a Dios que el fin del mundo le pille bailando, -a ser posible con Chavela Vargas-. Y esperando, definitivamente, que los que matan se mueran de miedo. Con todo y con eso, llega a Alicante pisando fuerte, con una espectacular puesta en escena, acompañado de un marinero, un acordeón y los acordes de Lili Marleen. Nuestra ciudad es una parada más en su Estación Trasnochada, una gira que le ha aupado sobre 73 escenarios repartidos en 12 países.
Se respiró un ambiente amigable, con esa sensación de que uno va a ver a los de siempre. E indiscutiblemente, como suele ocurrir en los conciertos de aquellos elegidos que marcan una época, sin saber cómo ni cuándo han entrado a formar parte del Olimpo, melancólico. El regusto de clásicos como: Pongamos que hablo de Madrid, Y nos dieron las diez. 19 días y 500 noches, Pacto entre caballeros, dedicada a la inestimable dama y compañera de desengaños del artista, Chavela Vargas, llevó al público, leal hasta que la muerte los separe, al éxtasis. Pongamos que hablo de Alicante.
No hay que olvidar que Sabina es escuela. Aún a pesar de adeptos y detractores.

Rosas sí, vinagre no
Sirva este espacio para felicitar a Benjamín Prado, asiduo y amigo personal del cantante y, según cuenta, corresponsable de que, después de ocasionales y disfrazadas reticencias, la magia del "no sé por qué, pero vamos, a ver qué pasa", los situase en un avión rumbo a Praga, donde se respira transgresión y primavera, para hacer valer una amistad que dura más de 30 años y atestiguar que Sabina mantiene intacta su capacidad de seguir creando.

miércoles

Sabina en Palma de Mallorca

Nada es casual en la noche sabinera. El interrogante que luce en su camiseta negra advierte: ¿será la última vez que le veamos en un recinto como el Palma Arena? Sólo él lo sabe, o no. Quizá sea una estrategia de marketing, quizá sea cierto aquello de que está harto de que la música sea "un pretexto para reunirse la tribu" y queden en un segundo plano los matices, la respiración de la voz, las guitarras.

Ayer los hubo de todos los perfiles. Grandes y pequeños, argentinos y mallorquines, rumberos y rockeros, todos rendidos al carisma y la leyenda de un incombustible crápula que suma ya la respetable cifra de 61 años y quince álbumes con su nombre en la portada.

Y nos dieron las diez, y las once..., se escuchaba por los altavoces mientras la gente buscaba sitio. El espacio se comprimió en cuanto resonaron las notas de la mítica Lili Marlen, y una ovación retumbó al aparecer el trovador del sombrero, dispuesto a dejarse el alma hasta los huesos. "Bona nit Palma, buenas noches Mallorca", saludó después de entonar Tiramisú de limón. Sabina, que "nunca tuvo más religión que un cuerpo de mujer", y que encontró a una de las suyas en tierras mallorquinas, recordó sus tiempos de mili en la isla, y aclaró que aunque es cierto que "hablar bien de donde uno hizo la mili siempre es difícil", en el caso de la isla, "un sitio en el que uno se muere por volver y volver", es una excepción. "Es en lo único en lo que estoy de acuerdo con el Borbón", bromeó el trovador de voz de lija.

Amigo de sus amigos, no se olvidó de su Chavela Vargas, ya con 91 añitos, al dedicarle la conocida Por el boulevard de los sueños rotos. Sus fieles corearon sus coplas y ocurrencias, se entregaron a sus versos y vibraron con sus movimientos, como cuando se quitó su chaqueta. "Guapetón", le gritaron las más atrevidas. Peor para el sol fue uno de los temas hermosos de la velada, que encontró sus momentos culminantes pasados sesenta minutos, cuando empezaron a caer los clásicos. Lástima que el jienense haya decidido dedicarle más tiempo a escribir y menos a cantar, aunque quizá remiende lo que nunca quisieron escuchar.

lunes

Elvis...el Rey

Tupelo, Estados Unidos, 8 de enero de 1935
Memphis, Estados Unidos, 16 de agosto de 1977

sábado

En un pueblo con mar


Al final de la mañana del lunes no había sino bruma sobre el mar de Santander; pero por la noche, cuando los músicos de Joaquín Sabina esperaban al artista en la playa de La Magdalena, frente a las aulas de la Menéndez Pelayo, ya aquel era un pueblo con mar, dispuesto a escuchar al autor de algunas de las canciones que son parte de la memoria sentimental de décadas de España. Y de América.

Sabina llegó poco antes de las nueve, por carretera. Él dice que le da morbo la carretera, asociada al rock y a la poesía; para él, Jack Kerouac es una referencia, a veces lo lleva en la mesa de noche de ese transporte de día. Esta vez se llevó a Gil de Biedma y dejó Madrid con un sol que rajaba y se adentró en un viaje que le condujo tan peligrosamente a la lluvia que los organizadores de este concierto número 70 de su larga gira actual pensaron que tendrían que suspender.

No se suspendió; cuando llegó Sabina a un descampado que parecía habitado por colonos del Oeste americano, había barro, pero un sol ya melancólico hacía presagiar el latido de esa melodía que él pensó (acaso porque la vivió...) en Lanzarote: "Fue en un pueblo con mar / una noche después de un concierto...".

Era antes del concierto. Allí estaban sus músicos, algunos de los cuales llevan 30 años con él, y allí estaba lo que él quiere que haya en su camerino (ahora): champán, embutidos, tortilla española. Y el bombín. Se lo estuvo probando como quien se pone los guantes antes de una boda. A él le gusta esto de la carretera, y ahí venía, "mezcla de juglar y de roquero", desafiando el cansancio "pero feliz"; "Imagínate: te dice el médico, usted está fatal, y años después estás actuando en Santander".

Lo primero que piensa, dice Sabina, es que va a defraudar a esa gente (eran 9.000 luego, escuchándole) "que sacrifica la noche de agosto para venir aquí". Lo dijo luego en el concierto: "Con la que está cayendo, y ustedes aquí...". Sus músicos lo habían advertido: "Va a decirlo". "¿Y cómo no voy a decirlo, si lo siento?". Es un poco como Jorge Luis Borges, que quería abrazar a cada uno de los 333 compradores de su primer libro. "Yo besaría a todos los que vienen a oírme".

De momento, a quien besa, porque lo ha venido a ver a estos peculiares camerinos de mar, es al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que le trae anchoas. Después nos sentamos con él. Setenta conciertos y ni una suspensión. "Y siempre bien. No es un milagro, es profesión". Lo había dicho Berri, su mánager desde 1990 (y el de Joan Manuel Serrat desde hace 40 años): "Ya se pierde en la noche de los tiempos, en realidad en una noche de Gijón, la última vez que suspendió Sabina".

Aquí está, dispuesto, dice. "Parece inconcebible, eh, ninguna suspensión". Él cree que aquella conjunción Serrat-Sabina de hace tres años le "puso las pilas". "Me dio alas para entender qué es el orgullo del buen artesano y el amor al oficio". Fue aquella gira (Dos pájaros de un tiro) "un importante momento humano. Para mí, y para el catalán también". Como si le jalara de ciertas melancolías y le pusiera a tono "con las responsabilidades del oficio".

Antes miraba al Nano (como llama a Serrat) "de abajo arriba, como se mira a un maestro; ahora lo sigo mirando de abajo arriba, pero como se mira a un hermano". Un silencio, y prosigue: "Difícil disfrutar y no pelear por un cachito de escenario".

Parecería raro, le digo, que no le preguntara por los toros y el Parlamento catalán. "Ah, estoy con el corazón dolorido. Son unos catetos ignorantes. ¡En nombre del ecologismo! ¡Si no hay nadie más ecológico que quien ama esa fiesta maravillosa! ¡Por seis votos no se puede acabar con una tradición centenaria!".

Los músicos le gritan: "¡Comparte!". Se refieren a las anchoas. Le han estado esperando "con la tranquilidad que da", dicen Pancho Varona y Antonio García Diego, dos de los inseparables músicos que le han ayudado a construir su carrera, "no necesitar hacer ni siquiera pruebas de sonido". La hacen, de todos modos, ante el eco fantasmagórico de la campa vacía. El escenario está lleno de guitarras y de vatios, y por allí deambulan, con la destreza de los que han hecho esto 1.000 veces, Pedro Barceló, el batería; Jaime Asúa, a las guitarras eléctricas; Mara Barros, que hace los coros; los ya citados Varona y García de Diego (voz, guitarrón mexicano, guitarra acústica, en el caso de Varona; teclado, armónica, guitarra, voz, en el de García de Diego); José Miguel Sagaste (flauta, saxo, teclado, acordeón, clarinete...), que además aporta a la ensalada que preparan en la campa unos tomates inmensos traídos de su huerta de Egea de los Caballeros, Aragón.

Es una familia que, según dicen ellos, ya tiene la costumbre de llevarse muy bien. A veces, cuenta Antonio García de Diego, "se produce una especie de emoción grande, te dan ganas de llorar, de felicidad". A veces se trunca la racha y la cosa no "les sale bien". "Como en Úbeda; se nos funden los plomos". "Pero a veces" (dicen ellos, y corrobora Sabina) "se produce el chispazo y somos tan felices actuando como la noche de Las Ventas".

Hay un momento en que ya el sol se convierte en un hilillo naranja, y acaso porque está flotando esa melancolía Varona y García de Diego hablan de su vocación de componer, "como si a veces sucediera que se nos interrumpe la energía". ¿La edad, será?, se preguntan. Y quedan en seguir hablando de ello, porque ahora hay demasiada faena: empieza un concierto, se ha ido llenando de gente aquella tierra que fue ciénaga. Sabina departe con el poeta Benjamín Prado, que le ayudó a componer muchas de las canciones de Vinagre y rosas, el último disco, y antes de que se pusiera el bombín nosotros le preguntamos con qué canción suya se dormiría. "Con ninguna. Me dormiré siempre con una de Leonard Cohen". Antes de salir al escenario, y aun antes de arreglar el bombín desarreglado, a Sabina le esperaban tarareando esa canción que empieza enunciando "Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto...".

jueves

Lluvia de "Vinagre y Rosas" en Santander

El mal tiempo que protagonizó buena parte del día de ayer en Santander hizo un paréntesis para no "estropear" el concierto de Joaquín Sabina en la campa de La Magdalena, que se vistió de gala y se vio arropada por unas 8.000 personas que hicieron paciente cola para entrar al recinto. Esta vez, las puertas no se abrieron hasta pasadas las nueve de la noche y eso provocó que el público se empezara a concentrar en los alrededores, llegando hasta la Primera Playa de El Sardinero. El concierto no empezó hasta las diez y veinte porque Sabina prefirió esperar a que la mayor parte estuviera dentro, aunque muchos, molestos, lo tuvieron que hacer cuando ya sonaban las primeras canciones. Mientras, él estaba la mar de contento comiendo las anchoas que le llevó el presidente de Cantabria. Miguel Ángel Revilla y su mujer, Aurora Díaz llegaron al recinto poco después de las nueve con la intención de saludarle y entregarle en mano una pandereta de anchoas. Después de darse un soberano abrazo y comerse unos bocartes, Sabina salió al escenario.

Sin teloneros ni artificios, el cantautor jienense saltó al escenario a pecho descubierto y bombín a la cabeza para brindar a sus aficionados otra cita memorable; una más y van...

Para empezar, "Tiramisú..."

Pasadas las diez y veinte de la noche, los primeros compases de "Tiramisú de limón" desataron la locura, que no cesó ni un instante. Sabina, acompañado de una banda con rostros de toda la vida y alguna novedad, interpretó también del disco que ha roto su silencio temas como "Viudita de Cliquot", "Cristales de Bohemia" o "Vinagre y rosas", entre otros. Tampoco olvidó viejos éxitos como "Ganas de", "19 días y 500 noches", "Princesa", "Por el boulevard de los sueños rotos" y "Medias negras" ni dardos infalibles al corazón en la recta final del concierto en forma de "Noches de boda", "La del pirata cojo" o "Nos dieron las diez". Comunicativo, cómplice y poeta, Sabina cedió también protagonismo para el lucimiento de su banda, como en los momentos en que el incombustible Pancho Varona cantó "Conductores suicidas", Antonio García de Diego el precioso tema "Amor se llama el juego" o la joven y sensual Marita Barros, la sustituta de Olga Román, se presentó en sociedad con "Como un dolor de muelas". Así hasta casi una treintena de temas que viajaron por el tiempo, las emociones y los recuerdos en un concierto brillante y redondo que se cerró definitivamente a la una menos diez de la madrugada con la interpretación de "Pastillas para no soñar".

En torno a 8.000 personas -entre ellas los ganadores de las entradas que regalamos en Ciudad Sabina- no quisieron perderse el regreso de Sabina a la capital cántabra y se fueron a casa con un sabor de boca sensacional, tras ver al flaco cantar los éxitos de "Vinagre y rosas" y hacer un repaso por su discografía durante más de dos horas y media, demostrando que está más en forma de lo que muchos podían esperar. Por ello, la única lluvia de anoche fue la musical; la única tormenta, la provocada por uno de los más grandes genios que ha dado la música nacional; y los únicos paraguas, los bombines cómplices que lucieron muchos de los presentes.

Lo más sorprendente del aforo de La Magdalena fue la variedad: desde compañeros de generación del artista, que ya ha cumplido los 61 años, hasta adolescentes que conocían cada palabra de las geniales letras compuestas por el de Úbeda.

domingo

Joaquín Sabina en Huesca

Unos 5.000 espectadores de todo tipo, edad y condición recibió al cantante de Úbeda que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los grandes mitos indiscutibles de la historia de la música española. Un personaje que convoca adhesiones multitudinarias, sin tener en cuenta credos o ideologías. Al fin y al cabo, Joaquín Sabina representa un arquetipo español con el que resulta fácil identificarse: ese pícaro algo canalla que a todos nos gustaría ser, al menos de vez en cuando. Y por eso es el artista que más discos vende en este país, y por eso llena todos los recintos en los que actúa.

Desde hace ya muchos años, posee la fórmula infalible del éxito. Capaz de pasar de la poesía más inspirada al ripio, y de la más bella melodía al autoplagio, Sabina parece estar más allá del bien y del mal. Y eso es algo que volvió a quedar muy claro el sábado en la Plaza de Toros de Huesca, con un público adepto y volcado desde el inicio de su actuación.

Tras sonar las notas de la mítica "Lili Marlene", Sabina salió al gran escenario de estética tubular que ocupaba gran parte del coso taurino, con su conocida imagen de Charlot contemporáneo, bombín incluido (complemento que también llevaban muchos y muchas de sus fans), y arropado por un grupo de músicos excelentes: Pancho Varona al bajo, Antonio García de Diego a la guitarra y teclados, el zaragozano Josemi Sagaste en los vientos, Pedro Barceló a la batería, la onubense Marita Barros en las voces y bailes y Jaime Asúa (ex componente de grupos míticos como Alarma y Cucharada) en la guitarra.

Una banda de lujo que respaldó al maestro con una seguridad infalible a lo largo de toda la noche. La actuación arrancó con "Tiramisú de limón", al que siguió otro tema de este álbum, "Viudita de Clicquot". Y tras interpretar ese "Ganas de..." con el típico ritmillo a lo Dire Straits, Sabina, genio y figura, lanzó la primera andanada de la noche: "me moría de ganas de volver a tocar en Huesca, además en un sitio ideal como éste: una placita de toros recoleta para poder hacer el paseíllo en unos tiempos tan antitaurinos como éstos". Toda una puya de este gran admirador de José Tomás. "Medias negras" sonó envuelta en el embriagador perfume del mejor son cubano, y en "Aves de paso" destapó su gusto por el laidback rock más relajante. Y tras interpretar "Peor para el sol", llegó el primer gran momento de la noche con ese magnífico homenaje a Chavela Vargas que es "Por el bulevar de los sueños rotos", que dedicó a los 91 años de la gran cantante de la voz rasgada y en el que las luces reprodujeron los colores blanco, verde y rojo de la bandera mexicana.

Con la interpretación del delicioso "Llueve sobre mojado" (en el que Jaime Asúa hizo las veces de Fito Páez en el tema original) llegó el momento de presentar a los músicos de la banda. Y tras el vibrante rock & roll de "Pacto entre caballeros", llegó la calma con la parte más relajada de toda la actuación. Después de que Pancho Varona se ganara a la afición al decir que "gracias a Petón me hice del Huesca", sonó el aire cool de "Conductores suicidas", muy a lo J.J. Cale. Seguidamente, Marita Barros tuvo su momento de gloria al interpretar en solitario, con su poderosa voz, un insulso tema más digno de Tamara (la buena) o de OT que de un recital de Sabina, pero también una espectacular versión del "Y sin embargo te quiero" de Quintero, León y Quiroga, que arrancó los entusiastas aplausos del público y que sirvió para engarzar perfectamente con el tema "Y sin embargo", una crónica del desamor más amargo que propició el primer momento karaoke de la noche. Y tras la tristona y melancólica balada "Peces de ciudad", Joaquín Sabina se sinceró y, como si estuviera en el Club de la Comedia, ofreció un monólogo en el que reconoció haber pasado un periodo de cuatro años de absoluta falta de inspiración, en el que, en sus propias palabras, "las musas no me hacían caso y siempre me las encontraba follando con Serrat, o incluso con Labordeta. Un día las pillé con Fito y los Fitipaldis". Fue un momento hilarante, en el que aprovechó para hablar de la inestimable ayuda que el poeta Benjamín Prado le ha brindado en su último disco, y, de paso, para presentar un tema surgido de esa colaboración que se gestó en la bella ciudad de Praga: "Cristales de Bohemia", poco más que una postal turística, a la que siguió la escenificada y sentida interpretación de la balada "Una canción para la Magdalena".

Allí terminó el apartado más tranquilo de su actuación, para inmediatamente enfilar la recta final con el rock & roll del tema "Embustera" y con algunos de sus grandes éxitos: "¿Quién me ha robado el mes de abril ", "19 días y 500 noches" con sus aires rumberos, y una potente revisión rockera de "Princesa", que parecía casi un tema de los Rolling Stones y que sirvió para cerrar su actuación. Pero el público no estaba dispuesto a dejarle marchar así como así, y reclamó con insistencia el retorno al escenario del popular cantautor, que ofreció no uno, sino dos bises. En el primero, tras dejar que Antonio García de Diego interpretara "Amor se llama el juego", se pudo ver al mejor Sabina: el de esas maravillosas rancheras como "Noches de boda" o, sobre todo, "Y nos dieron las diez", que encendió la catarsis entre el público. Disquisiciones aparte, el segundo bis acabó por elevar al público al sentimiento de euforia más absoluto, y tras el hard blues de "El caso de la rubia platino", la actuación llegó a su fin con la interpretación de "Contigo" (en el que incluyó morcillas como "yo no quiero oscenses de ojos tristes" o "yo no quiero Mundiales sin ti"), "La del pirata cojo" y "Pastillas para no soñar". Y Joaquín Sabina se despidió definitivamente del efusivo público mientras sonaba a toda pastilla por los altavoces un más que apropiado "Crisis", dejando atrás el mágico sueño de una noche de verano.

sábado

Joaquín Sabina en Ávila

El poeta, el cantante, el autor, el genio de Úbeda, se dejó el alma en el escenario y con su voz rota, marca de la casa, y unas letras que forman parte ya de la vida de unas cuantas generaciones construyó un espectáculo digno de las grandes noches. Una chaqueta de frac negra y su inseparable bombín aliñaron un menú en el que hubo vinagre, rosas y mucho más. 30 años al pie del cañón y 20 discos dan para mucho, así que fue generoso y apenas tardó dos temas en ofrecer, bien administrados, esos éxitos que los más de 3.500 asistentes recibieron con las gargantas a punto (y algunos bombines).

Los primeros acordes fueron para Lili Marlén. Con ellos salió su tripulación y después el capitán, que se arrancó con Tiramisú de limón. El primer regalo fue Ganas de, para calentar, y después para ofrecer su primer saludo a "esta Castilla tan vieja y esta plaza tan nueva", agradecer el "vientecito" y continuar con Medias negras. La noche prometía, y así fue viajando por sus discos y sus temas, cantando al amor y al desamor, al destino, al olvido, a las historias que solo pasan en los bares... Aves de paso, Peor para el sol (donde se quitó la chaqueta) y el primer guiño abulense con La Santa para introducir a "Santa Chavela" y El Bulevar de los sueños rotos. La noche se animaba.

Con el Llueve sobre mojado introdujo a todo su equipo pero llegó el parón, con dos canciones a cargo de Pancho Varona y de su joven corista Mara, un cambio de ritmo que le costó levantar pero que consiguió con oficio y guiños al público (se quitó el bombín) y tirando de temazos como Y sin embargo (impresionante), La Magdalena (todo un numerito) y 19 días y 500 noches. La apoteosis llegó con Princesa, para una traca final que cerró, cómo no, con sus pastillas para no soñar.

miércoles

Joaquín Sabina en Huelva

Casi 8.000 personas fueron anoche testigos del espectáculo que ofreció Joaquín Sabina en el estado Iberoamericano de Atletismo. Cuando se acercaba la hora del inicio, las 22:00, el público estaba expectante como no podía ser de otra manera, ya que hacía diez años que el Sabina no pasaba por allí.
Cuando se escucharon las primeras notas de Lili Marlen, el público enloqueció, cantando todos al unísono en muchas de sus canciones. Después de más de dos horas, el concierto acabó y, como ya es tradición, el cantautor jiennense se desprendió del bombín. Una marabunta de manos se lanzó a por él, luchando en el aire para ser la afortunada.

lunes

Joaquín Sabina

Joaquín Sabina regresa mañana a A Coruña, donde siempre ha vivido «experiencias fantásticas», aunque dice que las mejores no las puede contar.
Para la puntualidad casi británica, acaso forjada en aquel exilio londinense de los setenta, con la que Sabina acudía a su cita con la sección de novedades desde hace tres décadas, los cuatro años transcurridos hasta el lanzamiento de su último disco, Vinagre y rosas, fueron una larga espera para tantos fieles que aguardaban ese ingenio incombustible, esas rimas redondas, esa pluma como un bisturí, cirugía a corazón abierto de pasiones y asperezas de la vida. Regresó con Vinagre y rosas, y con esas nuevas canciones salió otra vez a la carretera, a los escenarios, a los hoteles, dulces hoteles. Y ahora, sobre la marcha, confiesa, en vísperas de su concierto en A Coruña (mañana, en el Coliseum; anoche inauguraba el Lalín Arena), que es fácil volver a engancharse a todos los rituales de la música en directo. Eso sí, de los malos vicios sigue alejado como de la peste, ya que la salud le impuso casi por obligación un régimen, dice él, «de monje cartujo». Exagera, claro. Pero una exageración sabiniana es literatura.

-¿Qué sensación tiene de la respuesta del público a su último disco?

-Por lo que yo sé, primero por las ventas y luego por cuando cantamos las canciones en directo, que lo hemos hecho ya en 13 países, la reacción es mejor que cualquier cosa que yo hubiera soñado. Para mí era un disco más, y no esperaba que se fuera a convertir en un punto tan alto de mi trayectoria. Realmente, no lo esperaba. Llevamos casi 60 conciertos y seguimos cantando las canciones del disco nuevo como el primer día.

-¿Por qué no se sentía más optimista respecto a este álbum?

-Bueno, yo soy un tipo bastante inseguro cuando saco un disco. Nunca sé, nunca estoy seguro de si lo que he hecho... De lo único que estoy seguro siempre, porque si no no lo sacaría, es de que, cuando lo oiga en un taxi, no me va a dar vergüenza oírlo, porque solo escuho mi música en los taxis: en casa jamás se pone. Lo que pasa es que uno no sabe nunca cuáles son los circuitos, los mecanismos por los que llega a la gente. Ten en cuenta que mis canciones no es que ahora no suenen, es que nunca han sonado en la radio. Suenan por otros circuitos...

-Su público es fiel, pero ¿advierte que con el paso del tiempo se suman generaciones más jóvenes?

-Bueno, sabes que desde el escenario solo se ven las primeras filas, y las primeras filas siempre son de gente muy jovencita porque la gente mayor no se pone a dar empujones para llegar hasta ahí... Pero yo tengo la impresión de que todo el tiempo se incorpora gente más joven. Tampoco sé cuál es el secreto ni el misterio. Y no solo aquí; en Latinoamérica es más: más gente y más joven. No sé cómo explicarlo.

-Puede que en eso ayude la participación de músicos nuevos, por ejemplo Pereza en «Tiramisú de limón». ¿Por qué hizo esta canción con ellos?

-Hacía mucho tiempo que yo no veía un grupito de rock and roll español, callejero, de bar o de la esquina, rollingstoniano, que era lo que a mí me gustaba cuando tenía la edad que tienen ahora los de Pereza, y cuando los descubrí, me pareció que era un aire fresquísimo de la calle. Como me había salido un disco bastante tristón y en ese momento éramos bastante amigos los Pereza y yo, pues se me ocurrió hacer una letra para que ellos le pusieran música y la tocaran conmigo. Y eso en mi opinión era abrir una ventana en el disco al aire joven y fresquito de la calle.

-En Las Ventas dijo que podía tratarse de uno de sus últimos paseíllos. ¿Mensaje de despedida definitiva?

-Bueno, de despedida de la plaza de toros de Las Ventas, por ejemplo, o del circuito que estoy haciendo este año, que son estadios, lugares muy grandes con muchísimo público. Ten en cuenta que hemos tocado por ejemplo en el campo de fútbol de Boca Juniors, que eran 50.000 personas, o sitios muy grandes en México... Tampoco lo he dicho seguro, pero a lo mejor sí es una despedida de este tipo de lugares. A lo mejor en los próximos años me va a apetecer más tocar en teatros o en clubes, sitios más reducidos donde la relación con el público es más directa y más íntima.

-Algunos tendrán esperanzas de que sea algo cíclico y de que quizá después quiera volver a los grandes escenarios otra vez...

-Puede ser, pero ahora llevo demasiados años en sitios muy grandes, y me apetecen los pequeños.

-Hablando de la plaza de Las Ventas, ¿qué siente un taurino convencido ante el aumento de las críticas al mundo de los toros tras varias cogidas muy mediáticas?

-Bueno, la más mediática, que fue la de José Tomás en Aguascalientes, me pilló en la plaza. Me entraron ganas de no volver nunca más a una plaza mientras toreara José Tomás, porque es mi amigo. Es muy duro, pero esa dureza al mismo tiempo es la verdad de la fiesta; demuestra que no es un juego de niños eso de ponerse delante de un toro. Yo soy taurino; respeto muchísimo a los antitaurinos, pero exijo que nos respeten también a nosotros, porque en muchos antitaurinos hay una dosis muy alta de ignorancia.

-Viene de nuevo a Galicia: ¿cuál es la primera anécdota que le viene a la cabeza sobre sus conciertos aquí?

-Las más bonitas no te las puedo contar [risas]. Lo peor fue con el Serrat en Santiago, porque nos llovió y a mitad de concierto tuvimos que dejarlo, y eso deja un regusto muy amargo en la boca. Pero por ejemplo en A Coruña, adonde vamos ahora, siempre han sido unas experiencias fantásticas.

-De los vicios que sí se pueden contar, ¿cuáles son sus favoritos en esta tierra?

-Pues como todo el mundo: los marisquitos, el ribeiro; las chicas tan guapas y tan generosas y tan abiertas y tan simpáticas... Me gusta mucho la cultura popular gallega.

-¿Y en lo musical?

-Últimamente no sé; en la época heroica yo era, y sigo siendo, muy amigo de Bibiano, y me gusta mucho Milladoiro. También me gustaban mucho Siniestro Total. Ahora no llegan, o al menos no veo, nuevos grupos que canten en gallego...

-Por cierto, ¿está por fin desterrada la imagen del Sabina crápula?

-Bueno, llevo ya diez años que casi soy un fraile cartujo, así que si no he desterrado esa imagen en diez años, es que no hay modo. Ya no tiene sentido.

-Entonces, ¿se porta de forma ejemplar en todas las giras, hoteles y «backstages»?

-Sí, sí. Bueno, como decía Mario Benedetti, yo soy monógamo pero no fundamentalista.

-Hace tiempo que sus conciertos son baños de multitudes con incondicionales. ¿Llega a cansar tanta admiración, hincha demasiado el ego?

-Mi ego lleva muchos años muy tranquilo. Afortunadamente yo llegué a esto tarde, con los 30 cumplidos. Ahora tengo 61, y mi ego, que nunca pensó en eso y nunca lo imaginó y nunca lo deseó, está bien cubierto con aquellos primeros años. Ahora es mi ego íntimo el que necesita otras cosas.

-¿De dónde sale la motivación necesaria para salir a cantar cada noche después de tantos años y tantos conciertos?

-Al principio era muy duro, así que lo planteé como una última gira, digamos para despedirme de los grandes públicos. Lo que pasa es que después se nos ha metido el gusanillo, el veneno y la droga de los conciertos y los aviones y los hoteles, y nos ha hecho rejuvenecer: estamos otra vez en la carretera, como si fuéramos un grupo jovencito que empieza. Y la verdad es que lo estamos disfrutando mucho y encontrando un público muy, muy cómplice.

-¿Es una dinámica rutinaria?

-Pues sí, pero es como cuando estás jugando un mundial: solo piensas en el siguiente partido [risas].

-Ya que lo menciona, ¿hasta dónde cree que llegará España? [preguntado en vísperas del partido de cuartos de final].

-Bueno, yo creo que es un equipo estupendo, a veces demasiado estupendo; demasiado fino y barroco, pero están abiertas todas las opciones.

-¿Y qué hay de su lado poético? ¿Sigue con ánimo para seguir publicando?

-Escribo todos los días; a veces salen canciones, a veces salen versos, o a veces sale una colaboración en un periódico... Yo, cuando tenía 14 años lo que quería era escribir, y ahora que tengo 61 pienso lo mismo. Lo de cantar vino después, fue casi una casualidad. Pero todo empezó escribiendo.